A mi no me molestan las campanas

A mi no me molestan las campanas

Nuestra historia familiar en este barrio se remonta a finales del siglo XIX, cuando un empresario ponferradino llamado D. Jacinto Palacios, mi tatarabuelo, adquirió una finca de grandes dimensiones que se extendía a lo largo de la actual Avenida Compostilla, por aquel entonces Carretera de la Fuente del Azufre, y más adelante, Calle General Mola, desde el antiguo sanatorio de Cedrón, actualmente la esquina del antiguo BBVA hasta el actual número 28. De fondo llegan hasta aproximadamente el IES Álvaro de Mendaña, que posteriormente fueron vendiendo y expropiando. Jacinto Palacios era el propietario de una tienda de ultramarinos, una fábrica de conservas, un estanco y la antigua Confitería ‘La Perla’, en la actual Avenida de la Puebla, aproximadamente a la altura de su cruce con la Avenida Huertas del Sacramento, lo que le daba una situación económica bastante acomodada.

En el año 1937, su viuda, Dª Emilia Rodriguez Viforcos, mi tatarabuela, decide construir unas viviendas unifamiliares en la margen de la finca que daba a la Avenida Compostilla, en las cuales residieron numerosos familiares míos desde entonces y hasta su demolición entre 1988 y 1991. Estas viviendas se repartieron entre sus hijos, Ángel, Santos, Araceli y Claudina Palacios Rodriguez, esta última mi bisabuela, a la cual le corresponden las casas con números 28 y 30, en el actual número 28 de nuestra calle. Por esta circunstancia, nuestra familia cercana siempre ha residido en las casas más próximas al posterior colegio e Iglesia de San Ignacio.

Mi bisabuela Claudina siempre mantuvo una relación muy cercana con el primer párroco de la Iglesia, D. Tirso Otero, hasta el punto de que mi bisabuela vendió al Obispado el derecho de luces del Colegio Diocesano en 1962 por lo que era la parte trasera de nuestra finca. Justo después, Claudina trabó una gran amistad con el siguiente párroco, D. Domingo Anta, que más adelante también sería un gran amigo de mis abuelos. Mi bisabuela desgraciadamente falleció en 1964 a la temprana edad de 59 años, pero eso nunca detuvo nuestra estrecha relación con la Parroquia, más bien lo contrario. En 1969, mis abuelos Victor y Esther contrajeron matrimonio en la misma, y en los años posteriores mi madre, mi tío e incluso yo mismo recibimos todos los sacramentos de iniciación cristiana en San Ignacio.

En la fila de viviendas que mencionamos antes, residieron, entre otros, el Dr. Emilio Chamorro, conocido médico, y su mujer, Dª Zita Sagredo Palacios, prima de mi abuela y profesora del IES Álvaro de Mendaña, que vivían en el número 26, así como el hermano de ésta, D. Antonio Sagredo Palacios, oficial de la MSP que residía en otra de las viviendas. Desafortunadamente, con el paso de los años, las viviendas quedaron obsoletas rodeadas de edificios altos, hasta que las primeras en demolerse fueron los números 28 y 30, propiedad entonces de mi abuela Esther y sus hermanas Marina y Araceli Vázquez Palacios. El edificio, actual número 28, fue construido íntegramente por mi abuelo Victor en 1988, donde actualmente seguimos residiendo.

Algunos lectores pensarán que el autor se ha ido por los cerros de Úbeda. Nunca más lejos de la realidad. La historia de mi familia muestra dos cosas, por un lado que a fecha de hoy queda muy poca gente en el barrio con una trayectoria familiar tan larga como la nuestra, y por otro que nosotros siempre hemos vivido en total armonía con la parroquia y su conocido campanario. Nosotros hemos mantenido desde siempre un trato muy cercano y amistoso con todos nuestros párrocos, empezando con D. Tirso, y más adelante el P. Anta, D. José Antonio Arias y hasta la actualidad con D. José Antonio Prieto, muestra también que la parroquia es una parte fundamental de nuestro barrio y de nuestra ciudad, con un campanario reconocido desde todas partes.

Para mí personalmente, el sonido del campanario es sinónimo de estar en casa. Es la forma de enterarte del momento del día en el que estamos, ya sea por los toques horarios, las llamadas a Misa, el Ángelus o el Santísimo los jueves, te ayuda a estructurar el día. Como se lleva haciendo en las iglesias durante siglos, avisar en caso de emergencias, funerales y demás, es la forma de que la gente tenga constancia de lo que pasa a su alrededor.

La situación actual de ausencia del campanario es como poco anómala y extraña, ya que nunca antes se había llegado a estos niveles ni siquiera planteado. Todos los días tenemos que convivir con todo tipo de ruidos, y bien digo, algunos que no hay remedio como sirenas o bocinas, y otros que directamente son molestos, como conciertos hasta altas horas de la madrugada, gente ruidosa en las terrazas de los bares y algún que otro sonámbulo por llamarlos así, y no me pongo a hablar de nuestros propios vecinos.

Sin embargo, y dada nuestra localización, siempre hemos tenido el campanario funcionando mano con mano, y jamás hubiésemos pensado que tuviese que dejar de funcionar, para mi eso solo debía suceder el Viernes Santo por razones obvias. Cada día más gente me comenta que lo echa de manos y siempre les digo lo mismo, antes mirabais para otro lado, que le vamos a hacer. Este comportamiento es muy habitual en nuestra sociedad actual, primero no se dice nada y luego las manos a la cabeza cuando es demasiado tarde.

Lo único que nos queda es lo de siempre, rezar por nuestros amigos y también por los enemigos, que el Señor les haga ver la luz de la realidad, a la espera de los acontecimientos.

Y finalmente, termino como empiezo. A mi no me molestan las campanas, al contrario, siempre ha sido un placer escucharlas cada vez que estoy en casa.

Un saludo, VICTOR MESIC SAN VICENTE

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